La educación, pedagogía para recuperar la paz.
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La educación, pedagogía para recuperar la paz.

El texto completo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos fue elaborado en un momento en que el mundo estaba dividido en un bloque oriental y otro occidental.

Hernán Santa Cruz, de Chile, miembro de la Subcomisión de redacción, escribió: “Percibí con claridad que estaba participando en un evento histórico verdaderamente significativo, donde se había alcanzado un consenso con respecto al valor supremo de la persona humana, un valor que no se originó en la decisión de un poder temporal, sino en el hecho mismo de existir – lo que dio origen al derecho inalienable de vivir sin privaciones ni opresión, y a desarrollar completamente la propia personalidad. En el Gran Salón… había una atmósfera de solidaridad y hermandad genuinas entre hombres y mujeres de todas las latitudes, la cual no he vuelto a ver en ningún escenario internacional”.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada por la Asamblea General de la ONU el 10 de diciembre de 1948, fue el resultado de la experiencia de la Segunda Guerra Mundial. Después de la Segunda Guerra Mundial y la creación de las Naciones Unidas, la comunidad internacional se comprometió a no permitir nunca más atrocidades como las sucedidas en ese conflicto.

En esa Declaración (artículo 26), se reconoce como un derecho humano, el derecho a la educación. La educación tendría por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos; y promoverá el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz.

La educación se convertía en un derecho humano y en un principio fundamental de la cultura democrática (en palabras de Emilio Lledó): el cultivo de la amistad y la convivencia.

Hace unos días leía una entrevista a Minouche Shafik, destacada economista del Banco Mundial, que con relación a los efectos de la pandemia de la COVID-19, manifestaba: “Creo que el cambio llega históricamente en momentos de crisis, en coyunturas críticas. Y surge como producto de los movimientos sociales que presionan a la sociedad para que cambie. Y ciertamente estamos en una crisis. Ciertamente estamos en un momento crítico”.

Lo decía antes del inicio de la guerra de Rusia contra Ucrania. Una guerra en Europa, que nos vuelve a recordar, después de la pandemia de la COVID-19, que lo único que es seguro es que vivimos en la incertidumbre de poder vivir con libertad. Un riesgo para las personas; ese valor supremo que dio origen a la Declaración de los Derechos Humanos. Algo del pasado que pretendía marcar, para el futuro, un ideal de convivencia entre personas, grupos y naciones.

Hoy asistimos con dolor e indignación a la brusca ruptura con esos principios que habrían de garantizar la paz. Uno de esos principios proclama que “el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad” proclamando “como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias”.

Emilio Lledó en “Sobre la Educación”, nos dice que el mundo de la elección es el mundo de los seres humanos, el territorio donde actúa su voluntad. “Entre la verdad, el bien y su elección discurre ese campo único: el campo de la posibilidad”.

En tiempos de guerra, hay que tomar decisiones y asumir responsabilidades en distintos ámbitos.

En el marco de esta reflexión conviene recordar, aunque pueda parecer un pensamiento romántico, que una forma de protegernos es apretar el botón de la educación y del dialogo, que nos haga recuperar esa “atmosfera de solidaridad” entre las personas, ante la barbarie que supone la falta de cultura de paz y civilidad. Apostemos por la educación que favorece la tolerancia, la que combate con argumentos,  la que escucha y entiende más de un tipo de realidad concluyente, la que busca la prevención del conflicto y la resolución pacífica de los mismos, la que lucha contra la des-información, la que antepone la vida y la dignidad humana frente al fracaso que supone la violencia.

Una educación que debe fortalecer la competencia en ciudadanía mundial, entendida como el reconocimiento de la multiculturalidad en un mundo globalizado. Unos ciudadanos capaces de cuestionar la naturaleza arbitraria de la propia cultura; que están comprometidos intelectual y emocionalmente con los valores democráticos y con la prevalencia de todo ser humano frente a la violencia y que, bajo esa premisa, reconocen, aceptan y aprecian las diferencias fundamentales que existen entre pueblos con culturas diferentes. Estas personas mantienen actitudes mentales abiertas a la diversidad de experiencias y aprendizajes que les ofrece la pluralidad de personas, que nos rodean, con aspiraciones y pensamientos distintos a los propios.

Una especie de nuevo contrato social que nos recuerde lo que nos debemos unos a otros para convivir en paz.

Paren la guerra YA!

 

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